Monday, November 10, 2014

La Montreal de Mordecai.

En este momento debería estar escribiendo un ensayo de 1000 palabras para mi clase literatura angloparlante de Montreal. O estudiando para mi examen de Existencialismo. Pero no, ahorita no puedo escribir nada de eso.

Mi horario era perfecto:
Lunes - Grabación de video musical
Martes - 1. Visita al lugar del que tengo que hablar para el ensayo y escribir la mitad, 2. Clase de Soundtrack, 3. Trabajo
Miércoles - 1. Terminar ensayo, 2. Clase de Existencialismo, 3. Clase de Literatura y entrega de ensayo.

Si me levantaba todos los días a las 7am todo sería posible. Hasta que el domingo me entero que por una mal interpretación entre compañeros de clase había confundido la fecha del mid-term de Existencialismo, ya no sería el 23 sino el miércoles de esta semana. Fuck my life.

Mi clase del martes tuvo que ser ignorada para pasar la mañana y la tarde estudiando para el examen, y lo que iba a ser una hermosa visita a una catedral pasó a una visita a un bar en la calle más rumbera y desagradable de toda la ciudad. Mis expectativas para lo que pensé sería un ensayo cargado de emociones encontradas con Montreal, se convirtieron en una obligación académica que terminaría en un resultado mediocre de escritura básica.

El ensayo consistía (consiste, de hecho) en la interpretación de un lugar comparándolo con la interpretación del mismo mencionado en alguno de los libros que hemos leído en la clase, todos basados en la capital económica de La Belle Province. En primera instancia, mi elección había sido l'Oratoire de Saint-Joseph, una iglesia preciosa al borde del Mont-Royal. Lo asociaría con un poema de A.M. Klein, escritor judío el cual hizo comparaciones de aquella iglesia excesivamente católica y francófona, con sus propias creencias del mundo judío y la sociedad angloparlante de la ciudad.

Ahora, no me quedaba de otra que salir a las 10pm de mi trabajo a un bar en la rue Crescent (famosa por sus sitios llenos de estudiantes de primer año de las universidades McGill y Concordia, provenientes de Toronto o USA donde no se les permite beber en establecimientos públicos hasta los 21 años), a ver el sitio y compararlo con el uso que Barney Panofsky le daba en la novela Barney's Version de Mordecai Richler, el García Marquez de Montreal.

Así fue. A las 10:20pm estaba parada en la esquina de Maisonneuve con Crescent, aun con mi morral de la universidad, rodeada de mujeres en un rango entre los 16 y los 50 años de edad, ambas usando vestidos excesivamente ajustados que con esfuerzo lograban sobrepasar los glúteos y unos tacones que llegaban a la mitad de mis batatas. Decidí revisar por segunda vez la descripción del trabajo en la que el profesor proponía los sitios a visitar, sólo quería confirmar que el bar al que tendría que entrar era Sir Winston Churchill (al cual sólo había ido una vez y en el que me cobraron más de ocho dólares por la cerveza más porquería de Norte América). Surprise, surprise! Había una segunda propuesta llamada Ziggy's pub, el cual quedaba diagonal a SWC y que podía apreciar desde donde me encontraba. Un basement-bar con una terraza mínima, estaba escondido entre tantos imponentes clubs y bares que rodean las aceras de Crescent street. El hecho de que hubiera solo tres personas en la terraza me dio la confianza de pasar las escaleras y entrar al corazón del sitio.

Una mujer que parecía estar en sus cuarenta y el bartender eran las únicas personas en el bar. Sentándome a unos cinco puestos de diferencia, pido un Old Fashioned (I blame it on Mad Men) y luego me pongo a caminar alrededor para ver un poco más y tener de que hablar en el ensayo. El bar estaba lleno de posters de deportes y sobre todo decoración con referencia a Les Canadiens de Montreal (nuestro equipo de Hockey y la razón de existencia de muchos), algunas piezas clásicas de la Fórmula 1 y unos cuantos televisores para ver los juegos. Varias paredes estaban llenas de collages con fotos de quien luego descubrí era Ziggy y algunas personalidades importantes.

Me senté de nuevo y sin perder mucho tiempo le comenté al bartender sobre mi trabajo, la mujer que hablaba con él al escuchar el nombre de Richler se acercó a mí y empezó a hablar maravillas. Contándome como solía sentarse a sólo dos puestos de donde yo estoy, pedir un Macallan y discutir de política con Nick Auf der Mar, un periodista famoso para aquél tiempo. Luego de media hora de historias cargadas de nostalgia, me brinda un shot junto con el bartender y me pregunta de dónde soy, "Venezuela" respondo y luego de la común exclamación de sorpresa, el bartender dice "Mi papá es venezolano, vivió por ocho años allá hasta que a su padre lo sentenciaron a pena de muerte". Con tal introducción pido una continuación a la historia.

Su abuelo, un español capitán de la marina venezolana, había sido enviado a Inglaterra por cuestiones de trabajo. Luego de varios años regresa a Venezuela y habla maravillas de la isla europea, como la democracia era fantástica y los venezolanos estaban viviendo una desgracia. Con tal alto rango en la milicia, el gobierno se entera de sus comentarios y lo sentencia a pena de muerte. El día que lo van a matar, lo meten en un camión con otras cinco personas que serían los responsables de su exterminio, faltando unos diez minutos para llegar al sitio de ejecución se escucha por la radio la noticia que Pérez Jiménez acababa de dejar el país. Todos los cargos fueron cancelados y su abuelo logró sobrevivir.

Con la barbilla en la barra del bar le digo lo impresionante que es la historia y, como cualquier persona de Venezuela podría, le dije el día exacto en que eso ocurrió y lo importante de la fecha en la que "la democracia nació en Venezuela" y como poco a poco se perdió con destino desconocido, y como todos esperamos que vuelva.

Mientras Venezuela espera, yo espero en Ziggy's. Ahora visitándolo casi todos los miércoles después de clase, un amigo y yo nos tomamos un par de cervezas, vemos un juego o hablamos nimiedades. Montreal se ha convertido en mi nuevo hogar, levantarme temprano para ir a clase, al trabajo, o simplemente para limpiar el apartamento o hacer comida para toda la semana. El sentimiento alrededor de la isla cada día se convierte más en el mismo que me llena cuando veo Maracaibo desde el avión. Descubrir pequeños espacios e historias en sus calles me calienta el cuerpo en los días más fríos de invierno, hoy en día veo el skyline de la ciudad en televisión y el "corazón se me salta". No pretendo "despatriarme", Venezuela es y será siempre mi primer hogar. Al fin y al cabo, quién imaginaría que en los rincones menos esperados un simple individuo de Toronto me recordaría con tanto orgullo la época en la que mi país empezó su verdadera historia, la cual todavía trata de construir.
Le soleil s'en va mais on reste.

iTunes plays: Nada, solo oigo la spagetti squash cocinándose en el horno.
AnaPé says: Esto lo escribí hace casi un mes. Saque B (85/100) en el ensayo, el hecho que lo haya escrito unas tres horas antes de la entrega tiene mucho que ver, igual, nada mal para el poco tiempo.